Cuando me siento a escribir, es parecido a cuando me siento a meditar. No me pongo a pensar. Si me pusiese a darle vueltas al coco durante toda la sesión de meditación, no serviría de mucho la práctica. A veces me pasa sin querer, pero cuando me doy cuenta de que me distraigo —de que me focalizo en lo que pienso—, amplío el ámbito de percepción. No se trata tanto de excluir los pensamientos, sino de abrir el espacio para no identificarme con ellos como si fuesen la realidad.
Así que cuando me siento a meditar, y también cuando me siento a escribir, me sirve de mucho tomar contacto con las sensaciones físicas, luego con las emociones (que están muy ligadas al cuerpo). Y así voy profundizando en el ámbito del sentir no conceptual, porque eso me ancla a la experiencia, a lo que está pasando en mí, y no a lo que me gustaría que me pasara, o a lo que yo querría ser, o a aquello que temo que pase. ¿Qué me está pasando ahora, en este instante? Ese es un buen punto del que partir para meditar, y también para escribir.
Pensar es una capacidad natural muy necesaria, como lo es el sentir, pero ni es la única ni es bueno que dirija nuestra vida en primera instancia. Estamos muy acostumbrados a la secuencia «pensar, hacer, sentir»; es decir, primero pensamos, con base en lo que pensamos, actuamos, y luego sentimos las consecuencias de esos actos.
La escritura no ha de estar al servicio de los conceptos, sino al servicio de algo mayor, vivencial y pluridimensional que no se puede atrapar o enjaular con el intelecto.
Sin embargo, resulta mucho más orgánica y alineada la secuencia «sentir, hacer, pensar»; es decir, primero consignar lo que siente nuestro cuerpo y nuestro corazón, luego actuar basándonos en eso, y finalmente ordenar con el pensamiento todo lo que ha ocurrido. Esto no quiere decir que hayamos de dejarnos arrastrar por nuestras emociones, ya que el sentir, al menos como yo lo veo, es mucho más amplio que las emociones: en el sentir también entra el instinto, la intuición, las sensaciones, la percepción, la interocepción, los sentimientos, etc. Y, según la configuración de nuestro cuerpo y de nuestro cerebro, el ser humano está preparado para captar la esencia de la experiencia (en primera instancia y muy rápidamente) a través del cuerpo y el corazón, y luego ya a través del intelecto (que procesa mucho más lentamente la información, y de una forma unidimensional). Tampoco lo que sentimos es la realidad (pues está condicionado por muchos factores), pero sí nos aporta un arranque más fiable para nuestro aprendizaje.
Esto, llevado al terreno de la escritura, se traduciría en que los conceptos, las palabras, las ideas, los pensamientos… no son los que han de dirigir nuestra escritura, sino que se situarían en último lugar; no en el sentido de que sean menos importantes (sin ellos no existiría la propia escritura), sino de que han de estar al servicio de algo mayor, vivencial y pluridimensional que no se puede atrapar o enjaular con el intelecto, aunque los conceptos nos sirvan para señalarlo.
Entonces, usamos la escritura para acceder a ese algo mayor, que es nuestra propia experiencia (lo que sentimos) y a la vez la trasciende, pues tu experiencia es solo una piececita de un puzle más grande, o un fragmento de espejo en el que se refleja la inmensidad de la creación.
Para ello, hemos de atravesar nuestras capas de protección más superficiales, que precisamente suelen estar relacionadas con el intelecto. Utilizar la escritura para «pensar» sobre nuestras vivencias (en lugar de para recrearlas) no es sino un escudo para no sentir, porque sentir duele, y nuestra tendencia es a huir del dolor.
Así que cuando me siento a escribir, y conecto con lo que siento, lo primero que me pasa es que me entran ganas de salir corriendo, o de ponerme a pensar (que es lo mismo). Aparece esa parte analítica de mí que quiere protegerme del dolor encerrándolo todo en los casilleros de lo consabido y lo predecible. Saludo a esa parte con una sonrisa, le pido que se aparte un poquito para poder dialogar con ella, y le digo que si me deja acceder a partes más profundas de mi ser (esas que necesitan ser liberadas a través de la escritura), luego la recompensaré, dejándole elegir las palabras más precisas y preciosas para manifestar la experiencia. Eso suele ser el «ábrete, Sésamo» del Inconsciente.
Pero el viaje no ha hecho sino comenzar, porque cuando se abre la puerta del sentir, me entra una agorafobia de narices. ¿Qué hago yo con esta inmensidad de matices? ¿A dónde dirigirme? ¿Dónde está la brújula? ¿Qué escribo? ¿Qué hago? ¿Qué plasmo? ¿Quién soy? ¿A qué me agarro? Entregarse a la escritura desde el sentir es parecido a desaparecer del mapa, y eso da mucho vértigo al principio. Y no porque sea algo peligroso, sino porque es desconocido.
Hace poco, un taxista argentino le dijo a mi amiga Cris una de las frases más profundas que he oído nunca: «Dios está en la incertidumbre». La auténtica escritura se mueve en ese terreno, el de la incertidumbre. No sé, y además es que no se trata de saber ni de fabricar una respuesta. Se trata de navegar en las aguas de la incertidumbre, de entregarte a tu propia escritura dentro de esa cognición multidimensional que empieza con el sentir. Tú no sabes nada, o muy poquito, tienes que admitirlo, así que cédele el paso (a través del puente de la escritura sentida) a eso más grande que tú que sí sabe. Si te entrenas en eso, vas por buen camino. La brújula no la llevas tú, la lleva aquello que te trasciende.
Así que me encuentro en un mar de dudas entregada a la escritura, y empiezan a aparecer en el papel voces que no sé de dónde salen, partes de mí ignoradas, paisajes desconocidos, acciones sorprendentes… ¿Y qué hago yo con todo eso que no coincide con mi vida previsible y esquematizada?
Ahí llegas a un punto crucial del camino, que se bifurca en dos. Puedo mirar todo lo que va saliendo con los ojos de la razón, como si fuera un batiburrillo absurdo e incoherente que no va a ningún sitio… . O puedo escuchar respetuosamente lo que la propia escritura me está diciendo con el oído de la sensibilidad, como mi amiga Cris escuchó el mensaje del taxista argentino y se lo aplicó a su vida.
Si lo hacemos de esta forma, confiando en lo que es más grande y sabio que nosotros, los garabatos en principio incoherentes empezarán a cobrar un sentido profundo, y encontraremos las pistas necesarias para continuar nuestro camino.
La clave del proceso está en aprender a relacionarte con él no desde la exigencia y el esfuerzo, sino desde la curiosidad y el disfrute, como un niño que se monta en la montaña rusa un poco tembloroso, pero sabiendo que está en un lugar seguro donde no se descalabrará.
Así que una escucha atenta abre la puerta del siguiente pasadizo de la cueva de Alí Babá. Y en el siguiente nivel de profundidad, se establece un vínculo y un diálogo entre mi escritura y yo.
Entonces, empiezo escribiendo desde el sentir y el no saber, escucho atentamente, percibo lo que siento ante eso que escucho, resueno y contesto a través de la escritura, que a su vez me habla, y yo contesto, y así.
Es en estas dos fases, la de la escucha y el diálogo, cuando la técnica narrativa nos puede venir de perlas, porque está diseñada precisamente para propiciar esta comunicación. De esta escucha y este diálogo nace un mundo, una especie de microcosmos lleno de símbolos y personajes, acciones, lugares, colores, objetos, aromas… y nada es arbitrario en ese mundo, aunque tampoco es lógico ni racional, simplemente refleja (en ese pequeño fragmento de espejo) el milagro de la creación, perfectamente espontánea, congruente, impredecible, delicada, íntima y universal. Ahí es donde nos lleva, según yo lo veo, escribir desde el sentir, o escribir desde el corazón, que es lo mismo.
Y entonces, ya sí, en esa secuencia de «sentir, hacer, pensar», puedo atender a la promesa que le hice a mi parte analítica, que puede intervenir para poner orden y perfilar todo lo que ha ido saliendo, pero nunca para aplastarlo, encasillarlo o reducirlo a un solo plano, sino todo lo contrario, para darle más esplendor, más matices, más profundidad, más dimensiones.
De alguna forma, es en esta fase en la que los dos hemisferios cerebrales se integran, porque estoy a la vez sintiendo, escuchando, dialogando (con el Inconsciente, con la escritura y con el lector), analizando y trascendiendo. Supongo que es parecido a cuando un músico, después de muchos ensayos, sale al escenario a tocar. La música ya está hecha, pero llega el momento de la transmisión, en el que el intérprete está a la vez sintiendo, dialogando con su instrumento y vinculándose con el público. Y todo se siente como una unidad, no hay fragmentación alguna.
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Cuando he empezado a escribir este post solo sabía el título, pero no tenía ni la más remota idea de lo que iba a salir. A medida que te iba contando, iba practicando yo misma los diferentes pasos, internándome en la cueva de Alí Babá, revisitando, desde el presente, las diferentes fases de la escritura desde el corazón: la fase del sentir, la de la incertidumbre, la de la escucha, la del diálogo y la de la revisión. Y la clave del proceso está en aprender a relacionarte con él no desde la exigencia y el esfuerzo, sino desde la curiosidad y el disfrute, como un niño que se monta en la montaña rusa un poco tembloroso, pero sabiendo que está en un lugar seguro donde no se descalabrará. Si lo haces así, entregándote a la incertidumbre, te sorprenderás de la belleza de los lugares a los que te transporta.
Deseo que hayas podido realizar el viaje conmigo, y que eso te ayude en tu camino.
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6 respuestas
Hola Isabel, es precioso lo que escribes y tan profundo que no puede salir más que de tu corazón. Hace unos días hablaba con una amiga precisamente de este tema, y nos preguntábamos desde donde escribíamos. Yo practico escritura creativa hace años, la sensación después de los años es de que ha sido un camino de «desaprendizaje de autoconocimiento comenzando desde lo establecido hasta llegar lo profundo. Ha sido un instrumento para dar forma a mi espíritu y mi Esencia que van fluyendo en lo que escribo. Ver asomar a tu alma en las letras y en el papel a veces da miedo, pero es transformador. Gracias por tus escritos y tus mensajes tan bonitos y tan llenos de sabiduría interior. Te estoy muy agradecida además de que comparto tu forma de pensar. Un abrazo. Yolanda.
Así vivo yo también la escritura.
Necesito sus palabras para recrear esos estados preciosos del sentir, como si ocurrieran dentro de un caleidoscopio. Y así los puedo poner nombre, comprender y, a veces, traer en cierta manera a mi mundo.
¡Gracias Isa por ponerlo palabras y por compartir lo que encuentras! ¡Y un abrazo!
Hola, Isa, qué bonito lo que nos cuentas.
Lo más, más complicado, al menos según lo veo, es la parte de revisión. Ese momento en el que te despojas de la emoción y te enfrentas a la razón, a la técnica, y te dices «si fuera una escritora consagrada esta frase, esta escena, no sería necesaria modificarla, encorsetarla en los cánones de escritura, pero como no lo soy, tijera o corsé o cambio». Ahí, en ese punto en que renuncias a lo que salió espontáneo es cuando empiezas a flaquear y a preguntarte si lo hiciste bien o te dejaste llevar; si salió la «materia» interior o fue un sueño, un amago; si sigue presente la trama o la pervertiste al revisarla. Y entonces suspiras, miras el papel, lo arrugas o lo metes en el cajón o lo rompes.
Y días después empiezas de nuevo, con la misma ilusión, los mismos miedos y la misma incertidumbre.
Un abrazo grande.
Gracias Isabel por abrirme la puerta a otro entendimiento. Hoy después de leerte, intente
ponerlo en práctica mientras caminaba por la calle, mirando los árboles que me iba
encontrando.
Suena muy bien lo que dices.
Un grandísimo abrazo
Begoña
Me gusta la propuesta. Ya siento aire fresco y libertad solo al leerla. Gracias
DELICIOSO BANQUETE COLMADO DE SABIDURÍA, ENSEÑANZAS, HONESTIDAD Y SOBRE TODO AFECTO.
MIL GRACIAS. ABRAZO
ALBA